Coatzintla, Ver.- Vicky rebasa los 70 años, siempre ha sido buena pagadora y hace unos meses decidió comprar un refrigerador a crédito en Coppel, lo que nunca imaginó es que esa decisión casi les cuesta la vida a ella y a su esposo Gregorio cuando el aparato causó un incendio en su casa, perdió todo lo que tenía en la cocina, se quedó endeudada y, por si fuera poco, nadie le hizo válida la garantía o el seguro.

Era la madrugada del 21 de enero cuando los vecinos de la calle Guadalajara de la colonia Antonio M. Quirasco empezaron a oler a quemado, se asomaron y vieron arder el #513, donde habita la querida pareja, corrieron e intentaron entrar, pero el portón estaba cerrado, les gritaron, no hubo respuesta, pasó casi una hora hasta que el hijo de Vicky, quien vive en la parte de atrás, se percató y avisó a su madre.

Al despertar, ella escuchó un estruendo tan fuerte “como si fuera un huracán, pero de fuego”, recuerda y sus ojos se cristalizan cuando piensa que si hubiera explotado el tanque de gasolina de la camioneta que le guardan al vecino entonces hubiera estallado el cilindro de gas y no estarían vivos para relatar la tragedia.

“Estábamos desesperados”, contó Vicky en exclusiva para Vanguardia de Veracruz, y narró que salir fue una peripecia, no sólo porque el humo era tan denso que no veían nada ni siquiera a un metro de distancia, sino también porque se estaban intoxicando tras inhalar grandes cantidades de distintas partículas y se sentían mareados y con dolor de cabeza.

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A pesar de estar afectada emocionalmente, refiere la lucha que emprendieron su esposo Goyo y los vecinos para sofocar las llamas, que salían por la ventana, ya con los vidrios hechos añicos por el estallido. Descalzos y con cubetas de agua, combatían el fuego. Acarreaban y acarreaban pero no hacían mella al siniestro, hasta que se metieron más y consiguieron apagar todo.

Fue precisamente esa exposición la que hizo que los paramédicos que llegaron después le recomendaran que monitoreara su salud, pues su presión se elevó a 190 y el azúcar que padece se disparó hasta 380. Ese es otro milagro.

El 22 de febrero Vicky decidió ir a la tienda de Coppel López Mateos, ubicada en el número 100 de la calle Poza Rica, donde había comprado el refrigerador. Allí la atendió un hombre que dijo ser el gerente, a él le envió las fotografías de lo que quedó del aparato y de su cocina, intentó que le hicieran válida la garantía de dos años, pero se negaron a menos que llevara las pruebas.

“¿Cómo voy a traerlas si sólo quedó chatarra?”, cuestionó ella y le respondieron que podrían enviar unos peritos a su vivienda o que, si le interesaba, ella misma buscara a los expertos y los llevara para certificar la pérdida. Pasaron los 15 días que le prometieron y como no llegaban entregó los restos del aparato al camión de la basura porque Protección Civil le dijo que podía hacerle daño aspirar lo que emanan.

Probó con un seguro que le vendieron allí y que paga desde hace unos cuatro años por ser clienta de la tienda, pero tampoco se lo valieron. Aun se atrevieron de decirle que de haber adquirido el regulador quizá eso no hubiera sucedido, pero sí lo compró y no sirvió de nada. “Estamos desamparados”, lamentó.

Y es que el día que tocaba su siguiente pago de mil 300 pesos, el 1 de febrero, se encontró con otro varón que también se ostentó como el gerente y rechazó que fuera posible condonarle la deuda por un aparato que sólo utilizó unos meses, si quería le podían reestructura el crédito para extenderlo a más tiempo, pero también pagaría más intereses.

Vicky, como señora de edad, no recuerda el nombre de quien la atendió esa última ocasión pero sí reprocha que en lugar de ayudarla le dieran como alternativa reponer a crédito y con descuento incluido todos los aparatos y enseres que perdió además del refrigerador: dos microondas, su estufa, una mesa, teléfono fijo, un modular y una máquina de coser.

“Yo nada más quiero que sean justos. Te ponen peros, no dan nada de esperanza… ‘vamos a checar’, dicen, pero no se ve ningún interés”, observa y se percata de la indolencia de la gente que la atiende, muy por el contrario de sus vecinos, que le dieron cobijo la primera noche, luego le prestaron una estufa y unas lonas para que cocinara afuera porque aún era riesgoso entrar.

“Con agua, frío, lluvia, me dolía la espalda por el aire que me daba al cocinar”, abunda y señala que estuvo 15 días durmiendo fuera de su hogar, damnificada y viviendo con su hermana en la colonia López Mateos, pero iba diariamente a su casa a escombrar, limpiar y a trabajar con su esposo Goyo en el mantenimiento, pues el techo quedó lleno de hoyos, los ladrillos se veían pelones y la instalación eléctrica se echó a perder.

Pasados ocho días de estar sin electricidad, su compadre quitó los cables quemados y reemplazó lo que había que sustituir, él le aseguró que no pudo haber sido otra cosa más que el único electrodoméstico que estaba quemado. “De que fue el refrigerador, fue el refrigerador, y si quiere se lo firmo, comadre, y soy su testigo”, ofrece de buena fe.

Mientras en la tienda se hacen ojo de hormiga, Vicky da gracias a Dios de que están con bien, “completos porque ya es ganancia”, sin embargo, le preocupa la injusticia y, sobre todo, su vida ha cambiado para siempre por el temor a que vuelva a ocurrir un siniestro que termine en desgracia y es por eso que confiesa entre sollozos: “Siempre estoy con miedo”.