A 25 años del asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta

“Yo veo un México con hambre y sed de justicia”, fueron las palabras que inmortalizaron el discurso que Luis Donaldo Colosio Murrieta pronunció el 6 de marzo de 1994 en el Monumento a la Revolución. No sabía que 17 días después una bala perforaría su cabeza y otra más atravesaría su estómago.

Quizá ese emblemático discurso tuvo algo que ver. Quizá porque, justamente en el 65 aniversario del PRI, el candidato presidencial Colosio se alejaba de lo tradicional y en lugar de repetir que el país iba viento en popa con el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, a quien aspiraba a suceder, visibilizaba los problemas del país. Tal vez tuvo algo que ver. Jamás se sabrá.

Nacido el 10 de febrero de 1950 en Magdalena de Kino, Sonora, Luis Donaldo Colosio destacó por su habilidad oratoria desde muy joven, misma que le sirvió enormemente para desenvolverse en el ámbito político años más tarde.

Es así como, en 1985, este brillante economista egresado del Tecnológico de Monterrey -y con especialidades en Estados Unidos y Austria- fue elegido como diputado federal.

Tres años más tarde fue senador, un cargo que sólo ejerció tres meses, ya que la suerte le sonreiría al ser nombrado dirigente nacional del PRI, el partido más importante, el único en el poder desde que Plutarco Elías Calles creó las instituciones para salir de la crisis revolucionaria.

Ya entonces se veía la buena estrella de Colosio y en 1992 el presidente Carlos Salinas de Gortari lo designó secretario de Desarrollo Social. Ese era el paso previo a ser el candidato para las elecciones de 1994. A pesar de que Manuel Camacho Solís acusó la traición de parte de Salinas, todo estaba decidido, Colosio era el ungido del PRI.

El candidato del oficialismo comenzó a recorrer el país y se ganó la simpatía de la gente, simpatía genuina, no como las adulaciones vulgares a los políticos. Esta evidente ventaja lo posicionaba por arriba del panista Diego Fernández de Cevallos y del perredista Cuauhtémoc Cárdenas.

EL DÍA QUE TODO CAMBIÓ

Sin embargo, la historia le haría una mala jugada. El 23 de marzo de 1994 un crimen estremeció al país: Colosio había sido asesinado.

Ese día, el casi seguro futuro Presidente de México se presentó a un mitin en la colonia Lomas Taurinas, en Tijuana, y después de hablar ante más de 3 mil personas, se dirigió a su camioneta Blazer, con la gente arremolinada a su alrededor.

Eras las 17:12 horas y sonaba La Culebra, de Banda Machos. Esa fue la última canción que escuchó el licenciado Colosio. Entre sus simpatizantes y equipo de seguridad se coló Mario Aburto y le disparó en la cabeza con un revólver Taurus, calibre .38; instantes después otra bala atravesó su estómago.

Colosio tambaleó y luego se desplomó. Todo era pánico y confusión. En medio de los gritos, lo llevaron en su propia camioneta al hospital general de Tijuana, a donde entró prácticamente a gatas y fue intervenido quirúrgicamente.

El drama retumbó en todo el país. El presidente Carlos Salinas ofreció una rueda de prensa desde Los Pinos y prometió justicia por el atentado contra “un hombre noble y bueno”. El PAN suspendió la campaña, hasta que el priista recobrara su salud. Y el presidente Bill Clinton emitió un comunicado, expresando su consternación y sus oraciones.

Pero el candidato no se recuperó. El helicóptero que aguardaba para trasladarlo a un hospital de San Diego fue innecesario. Tampoco sirvió de nada que el presidente Carlos Salinas enviara a su médico particular a Tijuana.

De la voz de Talina Fernández fue como prácticamente todo México se enteró de la muerte de Luis Donaldo Colosio Murrieta durante un programa especial, en vivo, conducido por el legendario Jacobo Zabludovsky.

Talina se había colado afuera del quirófano al acompañar a la esposa del candidato, Diana Laura Riojas, y recibió la noticia de un médico que salió de la sala. Cuatro minutos después de que ella soltó la bomba, Zabludovsky anunció que la Presidencia de la República confirmaba el deceso.

¿QUÉ PASÓ CON EL ASESINO?

La bala ante la que finalmente sucumbió Colosio fue la que disparó Mario Aburto, directo a la cabeza. Él fue detenido casi de inmediato por agentes de la entonces Policía Judicial Federal, quienes después de quitarle la pistola, lo cercaron y se lo llevaron con la cara ensangrentada, salvándolo de la multitud que lo quería linchar.

Después, todo fue exprés, muy raro en la justicia mexicana. El 25 de marzo fue juzgado por homicidio calificado con premeditación, ventaja y alevosía. El 5 de octubre se le dictaron 48 años de cárcel, aunque se redujeron a 45, tras varios procesos de amparo.

Aburto primero estuvo en el penal de Almoloya de Juárez, rodeado de criminales de alto perfil; luego lo mudaron a Puente Grande. Actualmente, permanece recluido en una cárcel de mediana seguridad en Huimanguillo, Tabasco, donde estará hasta 2040.

Los expedientes del caso permanecieron cerrados por varios sexenios hasta que, el pasado diciembre, una organización civil logró obtener la desclasificación de material delicado como la autopsia de Colosio, las imágenes -sin censura- del momento del disparo y cómo sacan a Aburto de entre la multitud, que pide a gritos que lo maten.

No obstante, a 25 años del magnicidio que cimbró el país, aún prevalecen las dudas y la desconfianza de cómo un joven obrero, de clase baja y familia numerosa, un día se levantó decidido a asesinar al futuro Presidente de México.

Por Teresa Jiménez

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