Agua Dulce, Ver.- Desde hace casi tres años  Ricardo de la Peña no ha podido convivir con su hija. Su caso presenta dilación y corrupción en los tribunales.

Tres cumpleaños de la pequeña Amaia son los que Ricardo Benito de la Peña León se ha perdido. Tres años después del divorcio y desde que comenzaron los problemas para ver a su pequeña. Tres años en los que el acecho de un tumor en el hígado lo lleva a formularse constantemente su más grande temor: morirse sin ver otra vez a su hija.

Esta es la historia de un padre de Agua Dulce que ha luchado desde y contra el sistema de justicia que impera en Veracruz, uno en el que los hombres parecen tener la desventaja por el sólo hecho de su género, mientras que la corrupción, irregularidades e injusticias están a la orden del día.

Ricardo cuenta que a mediados de 2016 comenzaron los problemas con su esposa, pues a pesar de que él proveía la mayor parte de su sueldo para los gastos de la casa, descubrió que había muchísimas deudas como la falta del pago de renta y hasta de luz, que se elevó a más de 50 mil pesos.

A la par de estos descubrimientos, Ricardo fue diagnosticado con un tumor, por lo que le pidió a su todavía esposa que le diera servicio médico en Pemex, pero se lo negó a pesar de su grave estado de salud. Sin saber qué más hacer, el padre de familia interpuso un embargo, pues además había tenido problemas en la búsqueda de empleo.

Finalmente, esto desembocó en el divorcio y la advertencia fue clara: “Ahora no vas a ver a la niña”, le advirtió su expareja, como venganza, una que se ha cumplido. Ricardo, al principio, podía ver a su pequeña (de ahora 5 años) más que cada dos fines de semana, pero durante las visitas la niña era ocultada en otra habitación, por lo que en realidad no había convivencia.

El padre, en su desesperación, además del juicio de divorcio tiene interpuestos juicios por convivencia y por guardia y custodia, todos frentes abiertos en los que, a pesar de las pruebas materiales que ha proveído, no ha tenido el beneficio de la justicia.

En el momento más grave del asunto, su expareja cambió de dirección sin notificar a las autoridades, hasta que fue encontrada en otro domicilio de Agua Dulce. A pesar de que las convivencias fueron cambiadas a unas supervisadas en el DIF municipal, la niña no era llevada.

Este hombre ha pasado por momentos en los que ya no sabe qué más hacer. En una ocasión, cuenta por ejemplo, que trató de abrazar a su hija en el hospital de Pemex, pero fue golpeado por el hermano de la mujer, un exaviador del Ayuntamiento, en tiempos de Daniel Martínez.

En estos años ha descubierto diversas irregularidades: por ejemplo, la hermana de una trabajadora del juzgado en donde lleva uno de los casos, resultó ser la abogada de su exesposa. También cuenta el señor Ricardo, que cada visita a Coatzacoalcos significa un gasto de unos 1,500 pesos, pues para todo solicitan dinero.

A pesar de que se han ordenado convivencias (hasta supervisadas), la madre de la menor ha mantenido oculta a la niña. Las pocas veces que le ha podido ver, con tristeza ha descubierto la manipulación de la que es objeto la pequeña, su miedo por ver y querer a su padre.

“La última vez me partió el corazón, porque ella me dijo que no era mi hija, que era la ‘señorita vende churros’. Yo le seguí el juego y le dije que me vendiera unos y que si veía a mi hija le contara que la amo y extraño muchísimo, entonces ella me dijo ‘¿qué cree, señor? Acabo de ver a su hija y me dijo que ella también lo ama a usted”, contó Ricardo de la Peña, apenas conteniendo el llanto.

Puesto que en los diversos juicios iniciados la otra parte no se ha presentado y ha incurrido en rebeldía, Benito tiene la esperanza y confianza en la justicia de que en la próxima audiencia se resuelva a su favor. Sin embargo, ahora pide desesperado a los jueces radicados en Coatzacoalcos (Juzgado Décimo, Juzgado Octavo y Juzgado Decimosexto) que giren lo correspondiente por el hecho de que la niña no ha sido llevada a las audiencias, pues se trata del desacato de un mandato legal.

El ciudadano manifestó que si desde el inicio hubiera tenido la oportunidad de convivir con su hija, no habría iniciado ningún juicio, pero ahora se siente impotente, pues ya son tres años sin verla bien, sin pasar una tarde tranquila, como padre e hija.

Ahora sólo espera que la justicia le dé la razón. Que los jueces apliquen el peso de la Ley, pues se establece como falta que se impida la convivencia de un hijo con cualquiera de sus padres, sobre todo, porque al final el daño más fuerte es para la menor.

Ricardo concluye su mensaje así: “Nunca he tenido la intención de sustraer a la niña, sólo quiero convivir con ella de manera normal, que crezca sabiendo que tiene un padre que la ama y que lucha por ella cada día, le imploro a las autoridades que solamente hagan su trabajo, que impartan justicia”.

Por Violeta Santiago